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El nombre de este estafador era Victor Lustig y gracias a sus fantasiosas historias consiguió no solo «vender» la torre Eiffel, sino estafar a hombres tan poderosos como Al Capone.

Victor Lustig nació en la ciudad de Hostinné (actual República Checa) en 1890 y desde muy joven logró aprender varios idiomas europeos. Junto a su gran imaginación, poder comunicarse en otras lenguas, le permitió rápidamente comenzar su carrera delictiva como estafador. Se movía entre Francia y Estados Unidos y su presa favorita eran los ricos pasajeros que recorrían las rutas transoceánicas.

Se dice de Lustig que era un extraordinario vendedor y no tardó en demostrarlo en una de las primeras estafas que se le recuerdan. Según sus propias palabras, poseía un «invento» inigualable: se trataba de una especie de maquina que imprimía billetes de cien dólares en excelentes condiciones. Con su astucia, persuadía a sus víctimas y las manipulaba. Afirmaba que su artefacto, a través de unos «procesos químicos», tardaba unas horas en realizar el perfecto calco. Les enseñaba los resultados y los clientes quedaban asombrados.

Por supuesto, el estafador mostraba billetes reales que él mismo, aprovechando un despiste, conseguía introducir en la «impresora» sin que nadie se diese cuenta. El precio de las máquinas era de unos 30.000 dólares. Más o menos, unos 360.000 dólares de los actuales. Cuando los estafados se daban cuenta del engaño ya era imposible capturar a Lustig, estaba muy lejos y nadie sabía de su paradero.

Victor Lustig

Los diez mandamientos del estafador, según Lustig (Fuente: El Libro del Crimen):

  1. Saber escuchar con paciencia.
  2. No parecer nunca aburrido.
  3. Esperar a que el otro revele sus opiniones políticas y concordar luego con ellas.
  4. Esperar a que el otro revele su orientación religiosa y concordar luego con ella.
  5. Aludir a detalles íntimos, pero no desarrollar el tema si el otro no muestra mucho interés.
  6. No mencionar enfermedades, a menos que se detecte una especial preocupación.
  7. No ser entrometido (a largo plazo terminarán contándolo todo).
  8. No presumir, sino dejar que el propio mérito hable por sí mismo.
  9. No ser nunca descuidado.
  10. No emborracharse nunca.

El timo a Al Capone

Al Capone
Al Capone, gánster estadounidense de los años 20 y 30.

La osadía de este estafador nunca se ha puesto en duda. Él mismo reconocía no entender a los hombres honestos: «Llevan unas vidas desesperadas y aburridas». Victor disfrutaba con las emociones fuertes y a finales de los años 20, se le ocurrió una fantástica idea para estafar nada más y nada menos que al capo del crimen de Chicago, Al Capone. Para muchos una idea demasiado arriesgada.

Lustig acudió a Capone para proponerle invertir en unas acciones por valor de 50.000 dólares. Le prometió que si lo hacía pronto doblaría su capital. Dos meses más tarde, el estafador volvió a reunirse con el mafioso para pedirle disculpas e informarle de que el negocio en el que había invertido finalmente se había quedado en nada. Lustig le devolvió hasta el último centavo. Dinero que, por cierto, se había encargado de esconder en una caja de seguridad durante todo ese tiempo.

Al final el gánster, al comprobar la honestidad de Lustig, decidió recompensarle obsequiándole con 5.000 dólares por su dignidad. El estafador lo había previsto todo desde el principio. Así que, volvió a esfumarse con su fama reforzada y liquidez en los bolsillos.

La estafa de la torre Eiffel

Torre Eiffel, 1925
Torre Eiffel, 1925

Todo transcurre en el año 1925, cuando Victor Lustig se encuentra de nuevo en Francia. Una mañana aparece en el periódico, antes los ojos del astuto estafador, la noticia de que la torre Eiffel se estaba oxidando y que precisaba de ciertos arreglos. Es entonces, cuando Lustig empieza a elaborar su maquiavélico plan:

Empleando un falso papel del gobierno, decidió escribir a cinco personalidades de los negocios del París de aquella época, con la intención de ofrecerles una suculenta oportunidad. En las cartas se proponía a estos señores una distinguida reunión conjunta en el célebre hotel De Crillon para tratar el tema discretamente. Las misivas las firmaba como director general del Departamento de Correos y Telégrafos.

Cuando llegó el día de la cita, los cinco hombres acudieron al lugar acordado y se encontraron al elegante Lustig vestido como un galán. Este les explicó el plan: el gobierno intentaba vender la torre Eiffel en forma de chatarra y estaba dispuesto a adjudicar a un tercero el derecho de desmantelamiento del monumento. El estafador, que lucía radiante, les explicaba que el gobierno les había elegido por su reconocida honestidad y reputación.

El plan seguía según lo previsto y ahora tocaba visitar la torre. Lustig alquiló una limusina y los trasladó hasta allí para hablarles detalladamente sobre el amargo final del monumento. Fue en ese momento, donde Lustig reconoció y eligió a su próxima víctima: André Poisson.

El plan llega a su final

Sin perder un instante, Lustig apremió a Poisson para que la operación adquiera un tono privado y apresurado. Hecho que no pasó desapercibido por la mujer de la víctima, que le aconsejó a su marido que fuera más prudente. Lustig vio peligrar su jugada maestra y raudo le explicó a Poisson que el cariz clandestino que había cogido el asunto se debía a su esperanza de poder recibir una simbólica «comisión» por su papel como intermediario.

Aquel gesto tranquilizó a André, que consideró justa aquella petición, pues solo era ese el único obstáculo que se interponía entre él y el deseado trato. Finalmente, Poisson no solo pagó por las 7.000 toneladas de hierro, sino que también premió al oportunista estafador con un suculento soborno.

Como Victor Lustig previó, la angustia y humillación que sintió Poisson al descubrir que había sido timado le impidió denunciar. Este hecho le animaría, seis meses más tarde, a intentarlo de nuevo, esta vez sin éxito. Incluso, estuvo a punto de ser arrestado. Poco después volvería a EE. UU. para seguir con sus fechorías.